Paradigmas.- Hace 20 años, el 21 de octubre de 2005, Cancún vivió uno de los capítulos más devastadores de su historia. Aquel día, el huracán Wilma tocó tierra tras una breve escala en Cozumel, y lo que parecía un fenómeno más de temporada se convirtió en un desastre que marcó a toda una generación.
Para los que vivimos en Quintana Roo, Wilma es junto con Gilberto en 1988 uno de los dos nombres que inevitablemente vienen a la mente cuando se habla de huracanes.
Ambos dejaron cicatrices profundas en el Caribe mexicano, pero Wilma tuvo una particularidad: fue un fenómeno atípico, como lo reconoció la propia Organización Meteorológica Mundial.
Su paso por Cancún fue lento, casi parsimonioso, como si el meteoro decidiera quedarse unos días más en el paraíso.
Esa lentitud fue precisamente lo más peligroso. Los vientos, que superaban los 200 kilómetros por hora, no solo arrasaban todo a su paso, sino que lo hacían por horas y horas. La lluvia fue tan intensa que la Comisión Nacional del Agua (Conagua) registró una precipitación de más de 1,600 milímetros en 24 horas, el equivalente a dos años de lluvias en ciudades como México o Puebla.
Durante los días previos al impacto, escuché muchos pronósticos, casi todos fallaron, con una excepción: el Dr. Michel Rosengaus, entonces coordinador del Servicio Meteorológico Nacional, cuya precisión anticipó el caos que se avecinaba. Desde entonces, para mí, es la fuente más confiable en temas meteorológicos.
Tras el paso del huracán, las escenas eran desolado, postes caídos, calles anegadas, autos flotando, negocios destruidos, parecía zona de guerra.
Recuerdo claramente caminar sobre la avenida Tulum, con lágrimas en los ojos, tratando de asimilar el daño.
Quienes amamos esta ciudad, entendemos ese dolor, verla en ruinas era como ver caer a un ser querido.
Y como suele ocurrir en toda tragedia, afloró lo mejor y lo peor del ser humano.
Hubo saqueos, especulación, acaparamiento de víveres., empresas y comerciantes que triplicaron precios, mientras otros escondían alimentos.
Me tocó denunciar muchos de estos casos cuando conducía el noticiario Hechos Quintana Roo en TV Azteca. Fue, sin duda, una de las coberturas más intensas y emotivas de mi carrera.
Pero, por encima de todo, me quedo con el otro lado de la historia: la solidaridad, porque fue la ciudadanía la que, con una fuerza increíble, se puso de pie. Sin esperar órdenes, miles de cancunenses nos organizamos para cuidar nuestras colonias, limpiar las calles, levantar techos, compartir lo poco que teníamos.
Mención especial merecen los trabajadores de la CFE y Telmex, que en jornadas maratónicas lograron restablecer los servicios de electricidad y telecomunicaciones.
También las autoridades, hoteleros, empresarios… pero, sobre todo, la gente. La verdadera fuerza de Cancún está en su gente.
A dos décadas de distancia, Wilma no es solo un recuerdo meteorológico, es una lección de humildad ante la naturaleza, de resistencia comunitaria y de memoria colectiva, porque aunque el viento y la lluvia arrasaron con todo, no pudieron con el espíritu de quienes decidimos reconstruir esta ciudad desde los escombros.
Hoy, 20 años después, parece que fue ayer ¿no cree usted?
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